Asunción está
asentada sobre suaves colinas que la han protegido de las crecidas naturales
del río Paraguay. La franja costera que se extiende desde el Jardín Botánico,
al noroeste, hasta más allá de Tacumbú, al sur, es lo que aquí llaman los Bañados, zonas inundables en
las que viven, o sobreviven, más de cien mil personas en condiciones bastante precarias. Mientras conduce, Pedro nos
cuenta la historia del barrio: uno de los asentamientos de aluvión formado por las
sucesivas oleadas migratorias de quienes, desposeídos de la tierra, optaron por
buscar suerte en la ciudad.
Son pasadas las
seis de la tarde, es de noche, llueve y apenas vemos por las ventanillas del
coche 'la parte noble' del barrio. El hule, las chapas y las cuerdas han ido dejando
paso a otros materiales de construcción que, sin embargo, no mejoran el lustre
de las humildes casas.
- Entrar en el
barrio no tiene pérdida-, nos dice Pedro. Circulamos por la única vía
asfaltada, construida por los propios vecinos. Si girásemos a izquierda o
derecha, entraríamos en calles de barro que un día como hoy, en que no ha parado
de llover, habrá dejado impracticables. Si la sigues hasta el final, desemboca
en el río. Hace años Pedro trabajó en el barrio en la creación de la cooperativa
de pescadores. Por eso cuando nos bajamos del auto, empieza a hablar con toda
naturalidad en guaraní con un hombre que está arreglando sus redes junto a la
orilla. Una mujer mayor sale de una casa y Pedro la invita, también en guaraní,
a que se acerque al centro comunitario. Ella responde algo, en un tono
sollozante, y regresamos por dónde hemos venido. La mujer está delicada del
corazón y no quiere ir a ver a Lugo porque no lo soportaría: -Ya lloré mucho el
día del golpe...-, le ha dicho.
A las siete de la tarde está previsto que comience en el centro comunitario el 'ñemongueta guasu', una especie de micrófono abierto en que líderes locales y personas anónimas ponen en común, con la presencia de políticos, sus inquietudes. El de hoy, sin embargo, es especial porque se ha preparado para que el barrio brinde su apoyo al depuesto presidente, el primero que puso la vista en sus problemas. Lugo habla en yopará, una mezcla de español y guaraní que apenas permite seguir el hilo del discurso. Intuyo que hace un repaso a lo que la acción de su gobierno ha significado para el barrio porque cada frase es respondida por la gente al grito de '¡Cierto!'. Un grupo de jóvenes reivindica la identidad de un barrio estigmatizado por los medios de comunicación. Una trabajadora comunitaria relata la labor de las dos Unidades de Salud Familiar, que atienden a casi 1.800 familias en el barrio. Y no sólo en salud, también es importante concienciar a la población sobre prevención -en una zona sometida a inundaciones cíclicas y auténtico vivero de dengue-, en capacitación, para que sean los propios habitantes del barrio quienes se integren en la red de salud con visitas domiciliarias, o en atención psicológica.
Cuando toma la
palabra el paí Velasco, en un turno
que no parece gustarle, la comunidad queda muda. Lugo, sentado, no para de
tomar notas. Detrás, siempre atento, su consejero y amigo personal, Marcial
Congo, se ha calado para la ocasión una gorra negra con la estrella revolucionaria.
El padre Velasco
no mira atrás. Aprovecha la presencia de cuatro de los candidatos del
frente progresista para hacerles una exigencia inmediata de consenso y pedirles
sacrificios personales para lograr una candidatura única.
- Sé que supone
una gran renuncia para ustedes pero los pobres renunciamos cada día a todo para
seguir viviendo-, avisa el paí Velasco,
y pienso que quienes hemos ido a colegio de curas hacemos un viaje a nuestra
niñez y nos sentimos bajo la reprimenda de una voz que no se quiebra para
continuar: - Si no, no vengan a pedirnos a los pobres nuestro apoyo.
Se pueden hacer
muchas críticas a Lugo. La principal, no acometer -en un país con más del 40%
de población rural y un 80% de la tierra cultivable concentrada en un 2% de la población-
la reforma agraria. Pero algo ha cambiado en sus años de gobierno. Un pueblo acostumbrado
a obedecer ha descubierto que la salud, la educación, la justicia..., no son
dádivas concedidas graciosamente por un poder clientelar. Los pobres en
Paraguay han aprendido que tienen derechos.